La decisión de los príncipes de no rebelarse contra el rey que reconocían era, únicamente, la firmeza de una parte. La otra parte, la de Pacheco, bien pudo iniciar la guerra, porque tenía a la infanta Juana en su poder (“entregada a la Corte”, en realidad, a él) y sabía de las disensiones en el bando isabelino. Pero no lo hizo. No hay elementos para poder saber por qué.
Los jóvenes reyes de Sicilia1, entre tanto, aunque Fernando estaba lesionado por la caída desde un caballo e Isabel se reponía de su primer parto, aprovecharon el tiempo para ir convenciendo a gentes y ciudades de que ellos representaban la legitimidad.
Además, Fernando había establecido el sistema que sería base del futuro reinado: escuchar al Consejo para el trabajo y confiar a secretarios la ejecución. Lo dejó claro ante el arzobispo Carrillo cuando le dijo que se habían acabado los validos, aunque ello le ocasionó la retirada del apoyo de éste y las constantes reclamaciones del mismo ante su padre Juan II.
Pese a los compromisos que Enrique IV tenía con Francia (el pretendido y luego fallido matrimonio de la infanta Juana con el duque de Guyena), Fernando envía a Juan Ramírez de Lucena a Inglaterra y a Borgoña para asegurarse de que los privilegios de los pescadores cantábricos se mantenían, porque sabía, como ya se dijo, la importancia que los territorios de Asturias y Vizcaya podían tener para los sucesos futuros.
Ese apoyo de ambos territorios provocó que las tropas de Enrique IV, al mando del conde de Haro, atacaran a los dos principales jefes vascos, Alfonso de Mújica y Pedro de Avendaño. Fernando había contactado con ellos a través de Pedro Manrique, conde de Treviño. El conde de Haro derrotó y cercó a Mújica, pero entonces acudió Manrique y venció al de Haro en Munguía.
Posteriormente Pacheco llevó a Enrique IV a Vizcaya para intentar establecer su legitimidad, pero las negociaciones de los puertos pesqueros y los sucesos de Mungía habían decidido a los procuradores de Vizcaya que, en 1473, prometieran a Isabel “antes morir que abandonar su obediencia”.
Este apoyo decidió a algunos grandes del bando de Enrique, como los Quiñones, Ayala, Mendoza y Velasco, para aproximarse a Isabel, tanto más cuanto que la aceptación de Enrique IV por ésta les garantizaba cumplir su juramento de fidelidad al rey en tanto viviese.
Desde mayo de 1471 los apoyos a los príncipes no dejaron de crecer. Frente a las desastrosas veleidades de Pacheco, ellos representaban la legitimidad y el orden.
A la muerte del papa Paulo II, es elegido Sixto IV con la ayuda de un aragonés de origen2, Rodrigo Borja, italianizado como Borgia, que sería el nuncio papal en España, y el encargado de entregar a los príncipes la dispensa necesaria para la validez total de su matrimonio3, demás de la confirmación de la validez de los acuerdos de Guisando (lo que dejaba en papel mojado la proclamación de Val de Lozoya). Además, Rodrigo Borja trajo también la garantía para Pedro González de Mendoza de su futuro nombramiento como cardenal4, lo que terminó de aproximar a los Mendoza a la figura de Isabel5 para cuando faltase Enrique IV.
Poco después de la llegada de Rodrigo Borja tuvo lugar un suceso que favoreció a los príncipes: la reina Juana abandonó al rey y se fue con su amante, Pedro de Castilla, permaneciendo desde entonces con él6. Si la reina hubiese sido devuelta a Portugal, como se acordó en Guisando, podría haber vivido su amor con Pedro sin que el el rey hubiera sufrido menoscabo, lo que ahora sucedía.
Estos hechos inclinaron a Enrique a considerar una nueva negociación en la que se dejara sin valor el acta de Val de Lozoya y se restableciesen los acuerdos de Guisando.
Los Mendoza decidieron ofrecer acatamiento a los príncipes, y la ocasión para ello sería la entrega por Borja del capelo cardenalicio a Pedro González de Mendoza, en Guadalajara. Pero la oposición del arzobispo Carrillo, que se creía con más derecho a ser cardenal que Pedro González, frustró el viaje, aunque no evitó el nombramiento ni la decisión de acatamiento de los Mendoza.
Cumplida su misión, Rodrigo Borja regreso a Roma, y su informe hizo que el papado apoyara sólida y definitivamente a Isabel.
En 1473, el conde de Benavente7 propone a los partidarios de Juana casar a ésta con el infante aragonés Enrique “Fortuna”8 . Fernando, irritado, pidió a su padre Juan II que evitase el viaje de su primo a Castilla, pero el rey de Aragón se negó porque veía más peligrosa una víctima que un pretendiente.
Enrique y su madre, Beatriz Pimentel, entraron en Castilla y firmaron capitulaciones matrimoniales, cosa que aprovechó Juan Pacheco para conseguir de Enrique IV que cesara a Andrés Cabrera como tesorero real y lo nombrase a él, para así poder disponer de suficientes fondos para costear la visita del infante. Sólo consiguió acceso al tesoro ya depositado en Madrid, pero el de Segovia continuó bajo la vigilancia de Cabrera. Además, con este movimiento, Pacheco sólo consiguió que Enrique Fortuna y su madre se dieran cuenta de que estaban siendo utilizados para otros negocios, y se retiraran.
Fernando e Isabel residían por entonces en Talamanca (actual provincia de Barcelona), porque así daban al arzobispo Carrillo la sensación de que estaban bajo su influencia, y al mismo tiempo permanecían cerca de los Mendoza. Y desde allí Fernando parte con 400 lanzas para ayudar a su padre Juan II, cercado en Perpiñán por Luis XI de Francia al intentar recuperar los condados del Rosellón y la Cerdaña, ocupados por aquel. Esta presencia en un conflicto europeo con tropas propias significa la aparición de Fernando como protagonista. Ya había sido reconocido como futuro rey por Inglaterra, Borgoña, Nápoles y el papado, y es Carlos el Temerario, duque de Borgoña9 el que le envía una embajada para entregarle la Orden del Toisón de Oro, en la que había sido admitido10.
Aunque a mediados de 1473 la mayoría de nobles y ciudades eran partidarios de Isabel, para una sucesión sin problemas hacía falta la reconciliación y convivencia visible del sucesor con el rey. La ocasión la proporcionó la ambición de Juan Pacheco. Ya dominaba Madrid, y necesitaba hacer lo mismo con la otra capital del reino, Segovia.
Quería, sobre todo, el tesoro que se guardaba en su alcázar, y que Cabrera no había llegado a entregarle aún. Convenció al rey de que los proyectos que favorecían a la infanta Juana estaría salvaguardados si él, Juan Pacheco, entraba en posesión de Segovia.
Los financieros judíos abraham Seneor y Alfonso de Quintanilla11 avisaron a Cabrera (cristiano nuevo) del desastre que significaría que Villena obtuviese el control de aquel tesoro, reserva de la Corona. Pero el rey expidió la orden y Cabrera tuvo que aceptarla y entregar el alcázar a Pacheco, aunque con la condición de que Cabrera mantendría el control las torres y murallas de la ciudad. En ese momento le llegó a Cabrera un mensaje de los Mendoza avisándole de que lo que pretendía el marqués de Villena era un levantamiento popular contra los cristianos nuevos. Por ello, tanto judíos como conversos decidieron apoyar a Isabel, como única garantía de que se cumpliese la ley. Y, para no faltar a su lealtad al rey, tenían que conseguir la reconciliación de éste con su hermana. Estas decisiones llegaron a conocimiento del conde de Benavente, que se adhirió a ellas con su sobrino Enrique Fortuna, pactando con Cabrera proponer el rey el matrimonio su sobrino con la infanta Juana. Descubierto su plan de alzamiento, Pacheco y sus tropas se concentraron en El Parral.
La esposa de Cabrera, Beatriz de Bobadilla, puso todo esto en conocimiento de Isabel, quien escribió a Fernando urgiéndole su regreso a Segovia.
Entre tanto se había convencido a Enrique IV para que fuese a pasar la Navidad al alcázar. Separados así el marqués y el rey, fue fácil para Cabrera y Beatriz explicar a Enrique IV que el matrimonio de su hija con Enrique Fortuna garantizaba a ésta una posición en la más alta nobleza, y la ponía a salvo de una posible guerra.
Disfrazada de aldeana rica, Beatriz se presentó en la residencia de Isabel que, con igual atavío, la acompañó hasta el alcázar a pesar de la oposición del arzobispo Carrillo y del frío reinante. Por poco no fueron interceptadas por el marqués de Villena y los suyos que, al fin, volvieron al Parral.  El rey, que estaba cazando en Valsaín, avisado de la visita de su hermana, acudió al alcázar para recibirla. Ella beso su mano en señal de vasallaje, y él la abrazó como hermana. Ante la corte se había efectuado la reconciliación. El 30 de diciembre Enrique e Isabel cenaron juntos, y la princesa bailó delante de su hermano, quien, incluso, se decidió a entonar una canción. Cuando el 1 de enero de 1774 llegó Fernando, le anunciaron a Enrique que el principe-rey de Sicilia había llegado, y Enrique se levantó de la mesa y salió a recibirle. Esta relación de concordia ya nunca fue modificada.
El marqués de Villena, ante los acontecimientos, huyó de El Parral, dejando a los partidarios de Isabel el pleno control de Segovia. Pero el 9 de enero el rey, enfermo, regresó a Madrid y, por tanto a estar bajo el poder de Pacheco.
El marqués de Villena, en su afán de restar partidarios a los príncipes, consiguió del rey que entregase el señorío de Carrión al conde de Benavente “como pago por su defensa de Juana”. En realidad, para que dejara el bando de Fernando e Isabel. En Carrión estaba la tumba del primer marqués de Santillana, Íñigo López de Mendoza, por lo que Diego Hurtado de Mendoza escribió una impertinente carta a Pimentel instándole a que no tocara ni mancillara esa tumba. Pimentel le contestó que le enviaría los huesos en una espuerta. Y el resultado fue que las tropas de ambos estaban enfrentadas a mediados de marzo en los alrededores de Carrión. En esos momentos llegó Fernando con 200 lanzas de su guardia, que puso junto a los efectivos de los Mendoza, por lo que Diego Hurtado se bajó del caballo y besó la mano de Fernando, señal pública de acatamiento, con lo que la maniobra de Pacheco había tenido el efecto contrario al que pretendía, y más cuando el rey rectificó su decisión y Carrión volvió a ser villa de realengo, compensando al conde de Benavente con la villa de Magaña.
Enrique IV empeoraba de su enfermedad, teniendo frecuentes vómitos y fiebre, lo que ha dado pie a hipótesis de envenenamiento sin que dejen de ser sólo opiniones, sin prueba alguna.
Pacheco recibió en la corte a un compañero de la farsa de Ávila que también había decidido cambiar de bando: el arzobispo Alfonso Carrillo. Y ambos urdieron un nuevo plan, que pretendía implicar a Alfonso V de Portugal en la defensa de la infanta Juana, su sobrina, con el argumento de que la unión de Castilla y Aragón en las personas de los príncipes podía ser una amenaza para el reino luso.
Y es precisamente esa unión de los reinos lo que Fernando presentó a su padre como la mejor garantía de fuerza. Juan II se encontraba de nuevo guerreando con los franceses, que habían vuelto a invadir el Rosellón y Fernando acudió en su ayuda, pero intentando convencerle de que, aunque hubiese invasión extranjera en el norte, la resolución del problema estaba en Castilla y en su unión con Aragón.
El 4 de octubre murió Juan Pacheco, y su hijo Diego López Pacheco, recibió el marquesado de Villena12 .
El 11 de diciembre el rey, que había decidido ir al pabellón de El Pardo, tuvo que volverse al alcázar de Madrid, y esa noche, sin quitarse el traje de campo, murió Enrique IV, en la más completa soledad, porque Isabel estaba en Segovia y Fernando en el Rosellón.

NOTAS

  1. Título que correspondía a Fernando, pero que ambos usaban con frecuencia
  2. Del reino de Aragón, pues nació en Játiva. Obispo de Valencia como Veneris lo había sido de León: sólo para cobrar las rentas de obispado, aunque sin residir ni preocuparse de él. Llegaría a ser papa con el nombre de Alejandro VI. Ya en la época de Sixto IV era conocido por su ligereza de costumbres.
  3. Del reino de Aragón, pues nació en Játiva. Obispo de Valencia como Veneris lo había sido de León: sólo para cobrar las rentas de obispado, aunque sin residir ni preocuparse de él. Llegaría a ser papa con el nombre de Alejandro VI. Ya en la época de Sixto IV era conocido por su ligereza de costumbres.
  4. Cortando así las aspiraciones del arzobispo Carrillo, que era mal considerado por sus trapacerías políticas
  5. En estos días Isabel era, precisamente, huesped de los Mendoza en Torrelaguna, lugar de origen de un eclesiástico que ahora empezaría a destacar de la mano del cardenal Mendoza: Gonzalo Jiménez de Cisneros, que, diez años después, y a causa de la observancia franciscana, cambiaría su nombre por el de Francisco.
  6. Ya tenía dos hijas suyas. Fruto de esta huida fue un tercer nacimiento
  7. Rodrigo Alfonso Pimentel
  8. Enrique de Aragón y Pimentel, conocido como Enrique Fortuna. era hijo de Enrique de Trastámara y, por tanto, nieto de Fernando I el de Antequera, rey de Aragón por el compromiso de Caspe. Era sobrino del conde de Benavente, su promotor.
  9. Que quería convertir en reino las provincias de los Paises Bajos
  10. La Orden del Toisón de Oro era un club cerrado y limitado creado por Felipe “el Bueno” para difundir “el noble espíritu de la caballería”, en clara nostalgia de un tiempo pasado.
  11. Más adelante, Cabrera pasaría a ser Grande de España al ser nombrado Marqués de Moya. Quintanilla llegaría a ser uno de los mejores colaboradores de los Reyes Católicos, y Abraham Seneor recibiría el bautismo y un título de nobleza apadrinado por los reyes, con el nombre de Fernando Fernández Coronel
  12. Muy distinto a su padre, la mayor preocupación de diego era observar la rectitud de sus actos.