En los primeros años de este siglo XXI quise enviar a los amigos algunos artículos de Historia de España que tenía escritos. La carpeta donde los guardaba se perdió, y, lógicamente, con ella los artículos. Hace unos días uno de esos amigos me recordó el que había escrito sobre Bartolomé de Las Casas, perdido ya en mi recuerdo y en mi archivo. Y es el que reproduzco a continuación:

**  Hace unos meses, en una revista “libre” de Pozuelo se publicó un artículo que la doctora Ana Manero Salvador había escrito en 2009 sobre la Controversia de Valladolid (he comprobado que aún puede descargarse en https://e-archivo.uc3m.es/entities/publication/c0b3fdde-4061-4c24-810d-aed3696ba051 ) Mi amigo Paco Moreno me lo hizo llegar, y, al leerlo, me di cuenta de que era interesante para saber lo que fue la citada Controversia, pero en él se seguía la tendencia habitual, en publicaciones y en internet, de considerar a Las Casas como un precusor de muchas cosas, si no el único. Y en eso no estoy de acuerdo.

Para empezar, en la pág. 3 (párrafo3) afirma que “de esta situación eran conscientes los contemporáneos de la época, que criticaron la explotación a la que eran sometidos los indios”, y al hablar de “contemporáneos” se le olvida añadir el adjetivo “españoles”, cuestión importante, porque sólo en España se consideró como discutible este asunto. En el resto de Europa incluso se dudaba de que los indios tuvieran alma, y mucho menos derechos.

Afortunadamente, en la página 15 (último párrafo) dice bien claro que “La celebérrima Junta [de Valladolid, se entiende] supuso un hito sin precedentes, ya que fue la primera vez “en la historia de la humanidad” en la que una nación [España] y su rey pusieron a discusión la justificación jurídica de una guerra que ellos mismos estaban llevando a cabo”, pero precisamente con esta Junta entramos en el principal motivo de mi desacuerdo.

Cuando se habla de la Controversia de Valladolid siempre surge la figura de Las Casas, y siempre también se olvidan de que participaron otros tres dominicos, Domingo de Soto, Bartolomé de Carranza y Melchor Cano, los tres miembros de la Escuela de Valladolid, de mucha mayor altura intelectual que Las Casas. Y los tres discípulos del que en verdad fue el precusor de los derechos humanos y del Derecho de Gentes: Francisco de Vitoria.

Hablar de Las Casas y no de Vitoria es como hablar de mi, olvidando a un premio Nóbel.

La Controversia se celebró en 1550 y 1551. Para entonces, Francisco de Vitoria había muerto (1546), y, como es lógico, había expuesto sus teorías sobre el Derecho de Gentes, a las que se aferró Las Casas como si fueran cosa suya, llegando a afirmar en una carta al Consejo de Indias en 1535 (Biblioteca de Autores Cristianos, tomo CX, pág 63b): “Y me puedo jactar delante de Dios que hasta que yo fui a esa real Corte, aún en el tiempo que vivía el Católico Rey don Fernando, no se sabía qué cosa eran las Indias, ni su grandeza, opulencia e prosperidad…yo conmoví a todas las religiones de Castilla, señaladamente la de San Francisco y de Santo Domingo, para que pasasen acá”.
La mendacidad de tales afirmaciones, así como del egocentrismo que reflejan, quedan de manifiesto sólo con constatar, por un lado, que en 1510 es cuando se produce el famoso sermón de fray Antonio de Montesinos en La Española, el que de verdad hace ver en España y al rey Fernando la profundidad del abuso de los encomenderos (uno de los cuales era entonces el propio Las Casas); por otro lado, ya se habían promulgado en 1512 las Leyes de Burgos (corregidas en 1513), en las que, por primera vez, se establece que el indio es un ser humano que tiene alma y derechos, por lo que algo se debía saber en España sobre el tema antes de que llegara Las Casas en 1516.

Fray Bartolomé se entrevistó con Cisneros, y no con Fernando el Católico, como parece dejar entrever en su texto, porque, aunque llegó a España en octubre de 1515, el rey Fernando estaba ya muy enfermo desde abril, y, tras su muerte (23 enero 1516) fue cuando se entrevistó con el cardenal. Y Cisneros, enormemente preocupado por entonces con los problemas sucesorios, sin duda para quitárselo de encima, accede a las ambiciosas pretensiones de Las Casas, le nombra “Protector Universal de todos los Indios de las Indias”, y lo manda a América en 1517 junto con tres monjes jerónimos, con los que termina tarifando y acusándoles de haberse vendido a los encomenderos.

No es cuestión de seguir con la vida de Las Casas, porque no es el objeto del artículo de la dra. Manero, pero si comentar que en él, en varias ocasiones, se habla del dominico como el autor de la aportación fundamental del Derecho de Gentes y del Derecho internacional (pág. 9, párrafo 3) o de la Guerra Justa (pág. 13, último párrafo), cosas las tres que hizo previamente, como he dicho, Francisco de Vitoria (“De potestate civili”, 1529, para el Derecho Internacional. “De Indis”, base del Derecho de gentes, en 1532. “De Iure belli”, para la guerra justa, en el mismo año); o de que, bajo la presión de Las Casas, se promulgaron las leyes protectoras de los indios, cosa que también hemos visto que no es cierto.

Pero, por ir en contra de esa extendida opinión favorable a Las Casas, me extenderé un poco más en algunos comentarios sobre él, porque parece que en América nada se hizo a favor de los indios salvo lo que dice de sí mismo que hizo Las Casas, ya que las fuentes sobre su vida y obra son, fundamentalmente, lo mucho que él mismo escribió sobre su propia vida, y, en menor medida, lo que su hagiógrafo fray Antonio de Remesal, basándose en los testimonios de Las Casas, contó para demostrar que era santo. Sólo hay documentación imparcial cuando se utiliza la que generó su relación con la Corte.

Ramón Menéndez Pidal dice al respecto que “Las Casas fue el hombre más admirador de sí mismo que ha existido. Se pasó la vida alabando sus propias virtudes, su intelecto y sus grandes hechos, y denigrando a los que no pensaban como él” (en “El padre Las Casas. Su doble personalidad”).

Otras obras americanas de la época se apoyaron en la de Las Casas, dándose valor mutuamente, como, por ejemplo, el caso de la carta al rey que firmaron 14 religiosos, que basan su autenticación en la obra de Las Casas, y esta la incluye a su vez en la “Brevísima…” como demostración de los excesos.

Se le llama el “Apóstol de los Indios”, pero entre los que fueron conocidos como los “doce apóstoles de México”, todos franciscanos, no está el dominico. Al parecer, nada debieron hacer por los indígenas los frailes que aprendieron sus lenguas nativas para evangelizarles, como por ejemplo, fray Toribio de Benavente, al que los indios llamaban “Motolinia”,
que en náhuatl significa “el que es pobre”. Solo Las Casas.

Su primer biógrafo moderno, Manuel José Quintana, dice de él en 1833 que defiende una causa justa “aunque con las artes de la exageración y la falsedad”, palabras con las que entra de lleno en los dos principales defectos de Las Casas.

De esa falsedad da idea la descripción de un mismo hecho en dos de sus obras. Al hablar de la matanza de Caonao (1513), en su Historia de Indias (1517) dice que los españoles acamparon, que los indios les atacaron para llevarse los caballos, y que, defendiéndose, los españoles mataron a algo más de mil, y sólo hombres. En cambio, en su “Brévisima…” (1552) dice que se debió a que a los cristianos “se les revistió el diablo”,  y mataron a más de 3000 indios, contando mujeres y niños. De todo ello sólo hubo un testigo: Las Casas.

Rómulo D. Carbia, en su “Historia de la Leyenda Negra hispanoamericana”, dice que “Las Casas no conoció otro modo de expresión que la estridencia. Vivió fuera de quicio y arremetió contra todo” (pag. 45). En otro lugar dice que “Las Casas habla siempre en vago e impreciso, sin decir nunca dónde ni cuándo ocurrieron los horrores que describe, ni los nombres de los participantes y responsables. Una sola vez aparece el nombre del autor de las fechorías: Juan García, en el Yucatán”.

Cualquiera que sea la provincia cuya conquista trata de presentar, el relato es invariablemente
idéntico.

Incluso, al tratar la conquista del Río de la Plata, Las Casas no tiene inconveniente
en reconocer que ignoraba los pormenores, pero que “sin duda se ejecutaron allí las
mismas obras que en todas partes” (pag. 54)

Manuel Serrano Sanz, en su obra “Historiadores de Indias”, dice de Las casas que “su preocupación pareció ser siempre una: anular al que se le oponía, sin cuidar del cómo, y sin prestar mucha atención ni a la cronología, ni a la lógica ni a nada, sin parar mientes en la gravedad del falso testimonio implícita en su habitual expresión ‘yo vide’, que, al ser sacerdote, equivalía casi a un juramento”.

William S. Maltby (“La leyenda negra en Inglaterra: desarrollo del sentimiento anti hispánico”) insiste en el tema, y afirma que “Las tergiversaciones y exageraciones de Bartolomé de Las Casas son tan graves, que arrojan dudas sobre toda su tesis. Que esto, generalmente, no haya ocurrido es un homenaje al fanatismo de sus lectores extranjeros”. Y españoles de la tendencia dominante, diría yo.

Una última opinión, la de Marcelino Menéndez Pelayo (“Estudios sobre crítica literaria, tomo II”), que dice que las ideas de Las Casas “fueron pocas y aferradas a su espíritu con tenacidad de clavos…Era de violenta y asperísima condición, irascible y colérico en su temperamento, intratable y rudo su fanatismo de escuela, y su lenguaje enteramente mezcla de pedantería escolástica y de brutales injurias

La celebridad le viene a Las Casas sólo del uso que los enemigos de España hicieron de su obra, la “Brevísima recopilación …”, que nadie prohibió, y a la que nadie le hizo caso hasta que Guillermo de Orange la descubrió como la forma ideal de atacar a Felipe II. Sólo por ello fue famosa, y ampliamente traducida. Y, entonces, también prohibida.

Con esto termino. Si no son razones suficientes… tengo más, por ejemplo sobre esas “espeluznantes descripciones” de que habla en pág. 14 el artículo de la dra. Manero, pero para comentar sobre el tono general de un escrito que trata de la Controversia de Valladolid, ya son bastantes.

Además, en eso de “pasarse la vida alabando sus propias virtudes, su intelecto y sus grandes hechos, y denigrando a los que no piensan como él”, o en aquello de “Vivir fuera de quicio”, o en lo de “anular al que se le opone, sin cuidar del cómo, y sin prestar mucha atención ni a la cronología, ni a la lógica ni a nada”, o en lo de defender lo que se dice “con las artes de la exageración y la falsedad”, tenemos hoy en día suficientes ejemplos en España, con lo que podremos comprender mejor lo que fue en realidad Bartolomé de Las Casas.

Por cierto, este artículo de respuesta lo envié a la revista donde se publicó el de la dra. Manero… y no lo publicaron, aduciendo que no entraba en su área.

Alfredo Vílchez Díaz. doctor en Historia.**