Cuando se intenta desvincular a Navarra de su esencia hispánica, es conveniente decir algo al respecto, y a ello vamos.
Navarra siempre ha sido España, o, como se dijo durante siglos, formó parte de “las Españas”, o de la medieval “España de los cinco reinos” (Castilla, León, Aragón, Navarra y Portugal). Hoy nos referiremos a un momento concreto, finales del siglo XV y principios del XVI, en que el reino de Navarra se integra en la Monarquía Hispánica.
Pero, hasta llegar a eso, echémosle un rápido vistazo a sus orígenes.
El reino de Pamplona, nacido allá por el año 770 con Íñigo Arista, alcanzó su máxima expansión con Sancho Garcés III, también conocido como Sancho III el Mayor (992-1035), pero, Sancho, antes de morir, repartió el reino entre sus hijos.
Uno de estos, Sancho VI “el Sabio”, cambió en 1162 la intitulación, pasando de ser reino de Pamplona a reino de Navarra.
Y con el hijo de Sancho VI “el Sabio”, Sancho VII “el Fuerte”, terminaría la dinastía Jimena que había empezado con Sancho Garcés I en el año 905.
Seguirían, desde 1234, dinastías no autóctonas, relacionadas con Francia: Champaña, Capeta y Évreux. El último rey de esta dinastía de Evreux, Carlos III “el Noble”, era partidario de romper vínculos con Francia por considerar que su lugar estaba en el ámbito hispánico, como había sido desde el principio.
Casó con Leonor, hija de Enrique II de Castilla, y la hija de ambos, Blanca, casó en 1420 con el infante Juan de Trastámara, futuro rey Juan II de Aragón, y desde aquí podemos empezar a contar esta historia más detalladamente.
Antes de entrar de lleno en el relato, conviene, a modo de cartel anunciador, relacionar los actores principales de la trama:
- Carlos III, rey de Navarra (nada que ver con el Carlos III Borbón de siglos posteriores)
- Blanca, hija del anterior
- Carlos y Leonor, hijos de Blanca.
- Juan de Aragón, inicialmente infante de ese reino (es decir, hijo del rey); rey de Aragón después (como Juan II), esposo de Blanca y padre de Carlos y Leonor
- Catalina, nieta de Leonor
Carlos III, en los esponsales de su hija Blanca con el infante don Juan (1420), dejó bien claro al yerno que sólo sería rey consorte en Navarra, y que el derecho sucesorio se trasmitiría a su hija, y al hijo de esta, Carlos, al que hizo que las Cortes de Navarra jurasen como heredero (1422), y para el que creó el título de Príncipe de Viana (1432).
Sin embargo, Juan de Aragón no dejó de moverse políticamente por tres reinos, Castilla, Aragón y Navarra.
En Castilla, porque su padre, Fernando I de Aragón, era castellano —de la dinastía Trastámara—, había sido regente de Castilla durante las enfermedades de su hermano Enrique III (llamado “el Doliente” precisamente por eso), y había participado en la lucha contra el reino nazarí de Granada tomando Antequera en 1410 (por lo que se le había llamado Fernando “el de Antequera”).
En Aragón, porque, a la muerte sin descendencia del rey Martín I “el Humano”, los compromisarios de los reinos de Aragón y Valencia, y del principado de Cataluña, habían elegido a su padre, Fernando el de Antequera, como rey de Aragón en el llamado Compromiso de Caspe (1412), algo a lo que tenía derecho por ser hijo de Leonor de Aragón (hermana de Martín I). Esa elección hizo a Juan infante de Aragón, y, tras su padre, rey a su hermano Alfonso —Alfonso V— pero Juan pudo moverse políticamente por Aragón porque el interés de su hermano estaba más por el Mediterráneo (Alfonso V fue también rey de Cerdeña, Sicilia y Nápoles) que por el reino peninsular.
Y en Navarra, tras morir Blanca (1441), debía reinar en Navarra su hijo Carlos, como estaba previsto, pero Blanca, en su testamento, aconsejó a su hijo que no fuese rey sin el beneplácito de su padre, y Juan de Aragón aprovecho esto para dejar a Carlos el gobierno de Navarra y utilizar los recursos del reino para sus actividades políticas en Castilla. Tuvo el terreno abonado para el enredo por el enfrentamiento entre dos bandos nobiliarios, los agramonteses, partidarios de Carlos III y su familia, y los beamonteses, partidarios de Carlos de Beaumont, primo de Carlos III por vía bastarda.
En 1447 Juan casó con Juana Enríquez, hija del Almirante de Castilla. Este matrimonio le privaba de todas sus prerrogativas navarras como rey consorte, pese a lo cual, en 1450 intervino, oponiéndose a que su hijo Carlos fuese rey, y comenzando a reinar él como rey titular, con el apoyo de los agramonteses. Los beamonteses y Castilla estaban con Carlos.
El abuso del poder real de Juan en Navarra llegó a su extremo cuando, en 1455, desposeyó del trono a su hijo Carlos y lo entregó a su otra hija, Leonor, casada con Gastón de Foix, pensando que así podría tener apoyo francés en caso necesario. La ilegalidad de esta acción recrudeció la oposición de los beamonteses, que proclamaron rey a Carlos en 1457, y éste buscó amparo en su tío Alfonso V de Aragón. Pero Alfonso murió al año siguiente (1458) sin haber podido solucionar un conflicto que empeoró cuando a Alfonso V le sucedió su hermano el infante Juan, ya convertido en Juan II de Aragón, que hizo apresar a su propio hijo navarro, Carlos, en 1460, con lo que los enfrentamientos derivaron en guerra abierta.
Enrique IV de Castilla, secundado por los beamonteses, atacó Navarra y Aragón. Los catalanes, aprovechando el río revuelto, se sublevaron contra Juan II, y consiguieron que éste liberara a su hijo Carlos y lo nombrara Lugarteniente en el principado catalán (1461). Cuando Carlos murió al año siguiente, las Cortes catalanas ofrecieron la lugartenencia a Enrique IV de Castilla, que acepto. Evidentemente, la intervención catalana no buscaba la legalidad del personaje, sino hostigar a Juan II como fuese, y obtener beneficios.
Juan II consiguió ayuda de Luis XI de Francia, pero a cambio de cederle los condados de Rosellón y Cerdaña, concesión temporal en su origen pero que, como era de esperar, se convirtió, poco después, en definitiva.
La ayuda francesa hizo que la situación en Navarra se estabilizara, pero desde entonces la deriva francesa fue un hecho cierto por parte de Francisco Febo y Catalina, hijos de Gastón de Foix y de Magdalena (ver cuadro anterior), hermana del rey francés. Ambos residían en Francia con su madre.
Esa deriva francesa, paradójicamente, tuvo como consecuencia que los beamonteses, adversarios de Juan II como hemos visto, pasaran a apoyarle, prefiriendo siempre la opción hispana. Y ese apoyo a Juan II de Aragón se incrementó cuando el hijo aragonés de Juan, Fernando (luego “el Católico”), casó con Isabel de Castilla (Luego Isabel I “la Católica”), contra la que Luis XI había intervenido respaldando a los que se oponían a ella.
Desde este momento, la política de los Reyes Católicos fue evitar que Navarra pasara a formar parte de Francia, procurando ayudar a Francisco Febo y a Catalina.
Pero, tras el segundo matrimonio de Fernando el Católico, con Germana de Foix (1505), el hecho de que esta y su hermano Gastón fueses rivales de Catalina —en sus aspiraciones a los señoríos de Foix, Bearne y Bigorre— hizo que Catalina olvidara la ayuda de Fernando el Católico y se decantara por el rey Felipe I de Castilla, marido de Juana I como se sabe, e incluso prefiriera, tras la muerte de éste, que la regencia de Castilla fuese encomendada a Maximiliano de Habsburgo (padre de Felipe) antes de que Fernando el Católico volviera a ser regente.
En aquellos momentos, el reino de Navarra estaba formado por la Alta Navarra, al sur de los Pirineos y con una extensión aproximada de unos 10.000 km2, y la Baja Navarra, al norte de los Pirineos, con una extensión de unos 1.500 km2 (en color rojo en el mapa anterior).
El problema navarro ya no era un conflicto local, sino que formaba parte de un enfrentamiento general con Francia por sus intereses en Italia, que ahora se centraban en el ducado de Milán, tras haber sido anexionada Nápoles por Fernando el Católico.
Por ello Fernando exigió a Catalina la aceptación de guarniciones castellanas de frontera que impidieran el paso de tropas de Luis XII.
Era el año de 1512, y, en abril, el ejército francés venció en la batalla de Rávena, pero allí murió quien lo comandaba, Gastón de Foix, hermano de Germana de Foix, esposa de Fernando el Católico (ver cuadro), y los derechos de la casa de Foix pasaron a ella, por lo que Luis XII decidió apoyar a Catalina prometiéndole reconocer sus derechos sobre la casa de Foix si rompía con Fernando el Católico.
Fernando, que estaba al tanto de cuanto ocurría en Navarra, contaba ya en Fuenterrabía con un ejército expedicionario inglés enviado por Enrique VIII en virtud de la alianza en la Liga Santa (formada en 1511 contra Francia por Maximiliano de Austria, Venecia, el papado, Inglaterra y España). Estaba previsto que las tropas anglo-castellanas pasaran por Navarra para ir contra Francia, pero Catalina y su esposo Juan de Albret habían decidido aliarse con Francia y denegaron la autorización de paso. La intervención de Castilla fue la consecuencia inevitable.
El 19 de julio de 1512 entraba en Navarra el ejército combinado de Fernando. La mayoría de los navarros aceptó a Castilla antes que a Francia, y, sin violencia, Pamplona abrió sus puertas el 24 de julio, como ocurrió luego en todo el reino, salvo alguna resistencia débil en pequeñas localidades apoyadas por Francia y por los agramonteses.
Navarra prefirió seguir formando parte de “las Españas”.
Fernando el Católico supo disminuir el impacto de la guerra para los navarros, haciéndose cargo de los gastos de la conquista y de las guarniciones, y evitando los saqueos.
Francia intentó contraatacar dos veces. La primera en 1516, tras la muerte de Fernando el Católico, pero sin consecuencias, al acordar Francisco I de Francia con Carlos I de España el tratado de Noyon, en agosto de ese año. La segunda en 1521, en la que los franceses consiguieron tomar Fuenterrabía, pero fracasaron en Pamplona y fueron vencidos en Noain en junio.
Carlos I renunciará al pequeño territorio de la Baja Navarra de Ultrapuertos, dada su clara influencia francesa.
Navarra se incorporó, primero a Aragón y luego a Castilla, con la aceptación de ambas Cortes. El término “incorporación” implica la unión de varios Reinos en una Corona, conservando cada uno su identidad legal y jurídico-administrativa interna, esencia de la Monarquía Hispánica de los próximos siglos XVI y XVII.
A Euskadi le faltaban cuatro siglos para ser inventada.