Hija de Juan II de Castilla y de su segunda esposa, la portuguesa Isabel de Avís y Braganza1, Isabel nace en Madrigal (todavía no llamado “de las Altas Torres”) el 22 de abril de en 1451, Jueves Santo.

Su padre residía en el alcázar viejo de Madrid, y desde allí comunicó a todo el reino la buena nueva que ampliaba el ámbito sucesorio, hasta entonces limitado a su hijo Enrique (1425-1474), habido de su anterior matrimonio con su prima María de Aragón.

Dos años más tarde, en diciembre de 1453, nacería un nuevo infante, Alfonso, con lo que Isabel pasaba a tercera lugar en la línea sucesoria, detrás de Enrique, de Alfonso y de sus posibles descendientes, según costumbre en Castilla.

Muy lejana, pues, la posibilidad de ser reina, cuestión totalmente asumida por Isabel en sus primeros años.

Cuando muere Juan II, en su testamento asigna a su hija Isabel el señorío de Cuellar, las rentas de Madrigal cuando falleciera su madre, y una cantidad supletoria hasta completar un millón de maravedís anuales. Su hermano Enrique, una vez rey, nunca cumplió esta disposición testamentaria, dejando a madre e hija vivir sin recursos, lo que fijó en el carácter de la princesa una preocupación constante por el ahorro.

Entre Madrigal y Arévalo, donde se instaló su madre al morir su padre, transcurrió la infancia de Isabel, y su educación corrió a cargo del obispo de cuenca, Lope Barrientos, y del prior de Guadalupe, Gonzalo de Illescas, conformándose así su profunda religiosidad. Incidiría en esa formación religiosa el cuidado de Beatriz da Silva, dama que vino de Portugal con su madre, y que fue luego fundadora de las Concepcionistas. Beatriz, con sus canciones de cuna portuguesas, y su madre Isabe,l con sus palabras, hicieron del portugués la primera lengua de aprendizaje de Isabel.

Otros personajes de esa minicorte de Arévalo fueron Gutierre de Cárdenas y Gonzalo Chacón (este último mantendría siempre un gran afecto hacia la princesa), ambos partidarios del ajusticiado Álvaro de Luna2, y que, sin embargo, protegieron a la reina Isabel, que tanto había tenido que ver en la caída de aquel, y a su hija.

Por entonces, en la corte de Madrid, Juan Pacheco, marqués de Villena y principal consejero de Enrique IV, aconsejaba a éste la necesidad de un nuevo matrimonio3 con otra prima suya, Juana de Portugal (Blanca, su primera esposa, también era su prima). La necesaria dispensa de Roma no se tuvo en cuenta. Tras la noche de bodas, en Córdoba, Enrique ordenó no exhibir la sábana nupcial, en contra de la costumbre, lo que extendió aún más la idea de que el rey era incapaz, idea reforzada por la tardanza de la reina Juana en concebir (seis años). La clínica histórica, tras el análisis de los testimonios documentados, concluye que la impotencia pudo ser parcial, por lo que los historiadores no tienen base alguna para enjuiciar si la princesa Juana, luego apodadada “la Beltraneja”, era o no hija del rey.

Pasaron los años, y la situación en el reino se deterioraba. Enrique vivía entre estados de exaltación y de abatimiento que le llevaban a excesos en ambos. La época era favorable a un fortalecimiento del poder real, y la nobleza, cuyo objetivo era mantener sus privilegios, estaba dividida sobre la manera de lograrlo. Unos pensaban que fortaleciéndose el poder real se fortalecía el propio, por ser los siguientes escalones del reino; otros pensaban que sólo limitando el poder real conseguirían mantener y acrecentar el suyo. En esta idea estarán implícitos todos los cambios de bando de unos y otros en los años siguientes. Pero a ninguna de las dos facciones nobiliarias les agradaba que el rey elevara a sus “hombres nuevos” desde simple caballero a la grandeza, como ocurrió con Miguel Lucas de Iranzo o Beltrán de la Cueva. Respecto a éste último, Enrique llegó incluso a violentar el testamento de su padre, en el que se especificaba que el príncipe Alfonso era Maestre de Santiago, cargo del que le desposeyó para entregárselo a Beltrán.

Ese era el panorama en 1461, cuando la reina Juana anuncia su embarazo4. Esta alteración en la sucesión hizo pensar al rey y a su esposa en la necesidad de tener controlados a los dos infantes, para evitar que fueran bandera de alguna acción nobiliaria, e Isabel y Alfonso son separados de su madre y traídos a la corte, con gran dolor de la princesa, y custodiados hasta que se decidiese su destino.

La nueva infanta nació en febrero de 1462, y en su bautizo, celebrado en la iglesia de San Pedro el Viejo de Madrid, ofició el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo, siendo madrinas la marquesa de Villena y la infanta Isabel, a punto de cumplir 11 años. En mayo de ese mismo año quiso Enrique convocar cortes para que fuese jurada Juana como heredera, pero cometió el error de, en la misma ceremonia, promover a la grandeza a Beltrán de la Cueva, nombrándolo conde de Ledesma. Aquí se originó la idea de que ese ascenso era para pagar servicios prestados, y nació el apodo de “Beltraneja” que acompañaría siempre a la recién nacida. Juan Pacheco, Marqués de Villena y hasta ese momento consejero del rey, conocedor de su intención, dejó acta notarial antes de la ceremonia declarando nulos los juramentos5. Otros nobles los consideraron legítimos, como Diego Hurtado de Mendoza, Marqués de Santilla, cuya hija, posteriormente, casará con Beltrán de la Cueva.

Isabel, alabada por los que la rodeaban por su belleza y sus cualidades morales, debía acompañar a la reina Juana en todos sus desplazamientos, haciendo frente no sólo a los acontecimientos de una corte corrompida, sino a injusticias como las que perpetró Enrique privándola a ella del señorío de Cuellar para entregárselo a Beltrán de la Cueva, y a su madre del señorío de Arévalo para dárselo como ducado a Álvaro de Stúñiga (apellido que pronto cambiaría a Zúñiga). Isabel nunca olvidaría estos actos.

De 1462 a 1465 la reina Juana se instala en el alcázar de Segovia, y con ella Isabel. La escasez de rentas reforzaría aún más su espíritu ahorrativo, pero ello no fue obstáculo para que su afición a la lectura le hiciese buscar todo tipo de libros, que, pasados loa años, llegaron a formar una gran biblioteca. La lectura y la oración ocupaban buena parte de su tiempo. La otra la llenaba con la observación de cuanto ocurría en la corte a su alrededor. En este periodo comienza ya a especularse sobre su posible matrimonio. En un principio se piensa en el príncipe Fernando de Aragón, nacido un año después que ella. Luego el candidato será el hermano mayor de éste, Carlos, príncipe de Viana, por su actitud contraria a Juan II. La muerte de Carlos por tuberculosis pulmonar (aunque algunos opinaron que fue envenenado por su padre) volvió a dejar como idóneo a Fernando, pero ocasionó un levantamiento de la nobleza barcelonesa, que envió una embajada a Enrique IV pidiendo su ayuda.

La nobleza castellana volvió a dividirse. Unos, como Beltrán de la Cueva, eran favorables a que aceptase, porque la unión de los dos reinos sería la culminación de la monarquía absoluta.
Otros, como el marqués de Villena (Pedro Pacheco) o el arzobispo Carrillo, pensaban que ese crecimiento del poder absoluto era una amenaza para sus planes, y era necesario delimitarlo por escrito. En ese momento dedicaron al rey y a la infanta Juana los peores insultos, pero no tuvieron inconveniente en pasarse a su bando más tarde, cuando estimaron que los Reyes Católicos iban directos hacia ese poder real absoluto que acabaría por cambiar el reino en Estado moderno. Por ahora, su pretensión era que no se prestara ayuda a la nobleza catalana.

Enrique decidió buscar el consejo de Luis XI de Francia, con el que se entrevista en el Bidasoa, para luego, dándose cuenta de que había abandonado a los que le apoyaban, volcarse en ellos.
Por esta razón, los nobles que se le oponían crean la Liga, en la que Juan II de Aragón también quiso participar alegando su condición de noble en Castilla. Esta liga partía de las afirmaciones del acta notarial del marqués de Villena, afirmando que Juana no era hija del rey y, por tanto, no podía ser jurada heredera. El rey intentó salvar la legitimidad de Juana capitulando ante la Liga en lo que se llamó el Protocolo de Medina del Campo, por el que la Liga imponía que el nombramiento de heredero recayese en Alfonso, aunque con la obligación de casarse con la infanta Juana cuando llegase a la edad. Dado que Juana tenía entonces dos años, largo se fiaba la condición. Con éste acuerdo, Pacheco conseguía que el infante Alfonso pasara de la custodia del rey a la suya propia.

La Liga también quiso que se redactara un documento que limitara los poderes del rey, y que cesara la custodia de la reina sobre Isabel, constituyendo su propia Casa según el testamento de su padre Juan II. Enrique, aunque aceptó el fin de la custodia, rechazó el memorandum de Medina por el recorte a sus poderes, lo que llevaría inexorablemente a la guerra civil.
Isabel, entra tanto, vive en Segovia en su propio palacio, y esa permanencia la explica años más tarde: “me quedé en mi palacio por salir de su guarda (la de la reina Juana), deshonesta para mi honra y peligrosa para mi vida… <confiando> en la gracia de dios que fue para mi mayor guarda que la que yo en el rey tenía ni en la reina”. Esta confianza en Dios reforzará su fe, sobre todo al salir con bien de los sucesos posteriores.

La liga, ante la negativa del rey, decidió declararle “Tirano”6 y poner en su lugar al que consideraban legítimo heredero, Alfonso, aunque sólo tenía once años. Para ello escenifican lo que se llamó la Farsa de Ávila, el 5 de junio de 1465. Ante la catedral, simulan un trono en el que sientan un muñeco con las insignias reales, y, poco a poco, entre insultos, lo van despojando de ellas, para, al final, lanzarlo lejos del trono de una patada y colocar en él a Alfonso.El primer documento que firma este niño-rey fue una carta en la que se daba carácter oficial a la colaboración de Beltrán de la Cueva en la génesis de la infanta Juana “usando de la reina a voluntad”. Los rebeldes confiaban en un golpe definitivo, pero lo que se les vino encima fue una guerra civil, en la que los Mendoza encabezaron el bando del rey.Las divisiones llegaron hasta el último rincón del país, y bastaba que un grupo se decidiese por un bando para que otro lo hiciera por el contrario.

Isabel no hizo ningún intento de sumarse al levantamiento, y siguió viviendo en una ciudad y un palacio ubicadas en zona que obedecía a Enrique, pero su importancia había crecido para ambos bandos, dada su búsqueda de legitimidad.

Pedro Pacheco (marqués de Villena, como se sabe), decide traicionar a su bando buscando su interés, y le propone a Enrique eliminar a su rival (Alfonso, al que defendía hasta ese momento). Su hermano Pedro Girón, maestre de Calatrava, con su poder económico, podía poner al servicio del monarca tres mil jinetes que, unidos al ejército real, decantarían la lucha a su favor. El precio a pagar era que él volviese a tener el poder que tenía al principio del reinado, y que su hermano Pedro Girón7 casara con la infanta Isabel. Enrique dio su consentimiento. Enterada, Isabel sólo podía hacer lo que su fe le indicaba: rezar. Y sucedió que Pedro Girón, que venía a Segovia para celebrar el enlace, enfermó y murió el 20 de abril de 1466. Dos días después Isabel pudo celebrar su quince cumpleaños y el final de la pesadilla. Este suceso reforzó en grado sumo la religiosidad de la infanta. Pero el peligro de un matrimonio indeseable no había cesado, porque aún había otros posibles aspirantes, como el contrahecho duque de York, futuro Ricardo III (y personaje de uno de los dramas de Shakespeare).

El marqués de Villena no se da por vencido con el fracaso de su plan matrimonial, y seguía pensando que el apoyar a Alfonso había sido un error. Dice entonces que si se había sumado a la Liga era para controlarla en servicio del rey. Su cinismo no tenía límites. Enrique desconfiaba de él, pero le temía.

Alfonso de Fonseca, arzobispo de Sevilla, plantea una solución negociada al conflicto. A esto se adhiere Juan II de Aragón, pero piensa que una Castilla favorable para él pasa por el poder del marqués de Villena, y así proyecta el matrimonio del infante Alfonso con Beatriz Pacheco, hija del marqués. Ambos bandos habían acudo al papa Paulo II en busca de su apoyo. El papa encarga la mediación a un diplomático de la curia, italiano residente en el Vaticano, pero obispo titular de León, Antonio de Veneris (en castellano Veniero), quien determinó que la legitimad de origen y de ejercicio correspondía a Enrique IV. Entre tanto Isabel seguía en su palacio de Segovia, servida por cinco damas, entre las que destaca Beatriz de Bobadilla.

Mientras la nobleza negociaba con el rey en Olmedo, Villena pretendía dar un golpe de mano y apoderarse de la persona de Isabel. Atacó Segovia y tomo la ciudad, llevándose a la infante, pero Andrés Cabrera defendió y mantuvo el alcázar, y con él a la reina Juana. Isabel, que sabía lo que significaba esta “liberación”, procuró entrar en contacto con los otros dos máximos representantes de la Liga, el arzobispo Alfonso Carrillo y Garcia Álvarez de Toledo (recientemente nombrado primer duque de Alba). Ambos empeñaron su palabra, más importante que un papel firmado, de que a Isabel no se impondría un matrimonio no deseado. Pese a todo, las circunstancias fueron favorables para el reencuentro de la reina Isabel (ya perdida la razón) con sus dos hijos Alfonso e Isabel.
Alfonso, en su papel de rey, ejecutó lo que constaba en el testamento de su padre, y entregó a Isabel el señorío de Medina del Campo, con lo que, en marzo de 1468, la infanta se alojaba en la villa (no en el castillo de la Mota, que estaba en otras manos, sino en un modesto “palacio” junto a la iglesia de San Antolín y cerca del mercado). Medina era el primer territorio castellano que Isabel podía decir que era suyo.

El intento de Villena de volver a tener el favor del rey, aunque manteniendo sus rehenes, inclinó a los demás miembros de la Liga a buscar la solución por negociación. Llegó el acuerdo, y Enrique cedió, reconociendo a Alfonso como el sucesor. Los Mendoza, sintiéndose traicionados, abandonaron la corte, llevándose a la niña Juana. De nuevo un rehén servía de seguridad para una facción.
Enrique permitió a Pacheco tomar posesión del alcázar de Madrid, y ordenó el traslado del tesoro real desde Segovia, poniendo a su esposa bajo la custodia del arzobispo Fonseca, quien la envió al castillo de Alaejos. Juana, veintiocho años y de frustrada experiencia matrimonial, encontró allí el amor de su vida en Pedro de Castilla, bisnieto del rey Pedro I. De estas relaciones nacieron dos hijos, lo que se consideró una grave afrenta para el rey.

Con los acuerdos, Alfonso era un estorbo, sobre todo porque ya no era un niño manejable y empezaba a mostrar cada vez mayor independencia. E Isabel también.

En junio de 1468 la ciudad de Toledo decide cambiar de bando y pasarse al del rey. Alfonso abandona Arévalo para dirigirse a Ávila, donde esperaba encontrar fuerzas suficientes para volver Toledo a su obediencia, pero enfermó de repente, y murió en la población de Cardeñosa el 5 de julio. De nuevo hipótesis de envenenamiento, pero ninguna certeza.

NOTAS

  1. Isabel de Avís o Isabel de Portugal. 1428-1496. Hija del infante Juan de Portugal, y, por tanto, sobrina de Eduardo I de Portugal y nieta de Juan I de Portugal. No confundir con otra Isabel de Avís o de Portugal (1503-1539), segunda hija de Manuel I de Portugal y de Juana de Aragón, y esposa del emperador Carlos I de España.
  2. Condestable de Castilla, Gran Maestre de Santiago y valido del rey Juan II. Como se ve, gran acaparador de cargos, riquezas y poder, y brazo derecho del rey Juan II. Los castellanos atribuían su preeminencia a un hechizo sobre el rey. Cuando Juan II casa de nuevo, su segunda esposa, Isabel de Portugal (madre de Isabel I como se ha visto), sabiendo de sus intrigas, abusos e incluso algún asesinato, le teme e intenta lo posible por hacerlo caer, hasta que lo consigue. En 1453 Juan II ordena su detención, y, tras una parodia de juicio, es decapitado en la plaza mayor de Valladolid.
  3. El primer matrimonio de Enrique, con Blanca de Navarra, había sido declarado públicamente nulo achacando la falta de descendencia a la infertilidad de la reina, no a la impotencia del rey (Marañón, en su estudio sobre Enrique IV, lo defina como “displásico eunucoide”). Sin embargo el rey y sus consejeros sabían perfectamente que en sus relaciones faltaba siempre la penetración, por lo que, en su nuevo matrimonio, se sometió a tratamiento por parte del judío Samaya.
  4. La calumnia jugaría un papel importante en adelante (múltiples veces Juana será llamada “hija de la reina”), pero, como se ha dicho, no hay documentación que pueda hacer pensar que la princesa Juana no fue el resultado del tratamiento a que se sometió Enrique.
  5. Del acta notarial se distribuyeron varias copias -era su objetivo: extenderse- y una se ha conservado gracias al orden con que el conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco, conservó su archivo.
  6. Este concepto de “tirano” justifica la revuelta, y comienza en la casa de Trastámara a partir de que un bastardo Enrique II, sustituyera en el trono al rey legítimo, Pedro I. Será el argumento que utilizara la Biga barcelonesa para oponerse a Juan II de Aragón, tal como ahora hace la Liga castellana.con Enrique IV
  7. Pedro era hombre intrigante, trapacero, indeseable, padre de bastardos, freire incapaz de cumplir sus votos, ambicioso y violento. Sus acciones daran lugar al drama de Fuenteovejuna.